Si la pistola ha sido el tradicional método de suicidio de nuestros hombres de la nobleza, los hombres de hielo han preferido siempre el té. Una de estas criaturas, bebiendo una infusión caliente, se encamina directamente a una muerte segura por fusión, solo que mucho más lenta que el disparo en la boca. Pero, a diferencia de los mortales del común (o del común de los mortales), si un hombre de hielo, ya derretido en su totalidad, se arrepiente en el último instante y, con un hálito casi inaudible, pide volver a la vida, se puede coger la taza que albergó el té y ahora lo alberga a él en forma líquida, y meterlo en un congelador de altas prestaciones, lo que hará que el agua vuelva a convertirse en hielo y el hielo, en última instancia, en hombre de hielo. No es el caso de los humanos que se disparan en la cabeza, entrando la bala por una sien y saliéndole por la otra. Si hacemos el disparo inverso, desde la sien segunda a la primera, con la bala entrando de nalgas, el finado seguirá finado y la vida del suicida no podrá recuperarse. De momento, esta es la situación y por eso los hombres de hielo se hacen cada vez más fuertes, ocupan los mejores puestos y, desde luego, beben el mejor té de la ciudad.