Empezaba a escucharse un flamenco que, sin perder sus raíces, se había mudado en cante de libertad en la voz de gente joven comprometida con la lucha por un futuro mejor. Fueron unos años en los que el cante se hizo intelectual en la medida que se ganó la atención no sólo de los grupos de iniciados, sino del ambiente universitario y de buena parte de la intelectualidad progresista.